Quiero creer. Creo. Me autoconvenzo. Me autoconciencio. Me hago devota. Me reseteo. Me pongo a cero. Me elevo a cien.
Me dejo humedecer, trascender, fluir. Me deslizo al suelo, a las alcantarillas, a través de las grietas. Más allá del suelo está la nada. Lo que no interesa. Lo que no conmueve. Lo que no se ve.
Y allí, como sabemos los que de vez en cuando visitamos las cloacas, no llega voluntariamente nadie.
Hay ojos ajenos, escalofríos selectos. Miradas que se posan. Que arrancan. Que pervierten.
Y entonces, a veces con desdén, se quiebra el homenaje.
La súplica.
El regalo.
Hay ojos que golpean el diapasón y que te restan puntos. Que empatan contigo. Que te llevan a prórroga o te vencen.
Ojos extraños que perdonan, que te hacen volver a los raíles, que te reconcilian con tus huesos.
Aspiro a mirarme en estos ojos.
Suspiro y quedamente, mientras giran los ejes de la maquinaria, hago una muesca a ciegas, apenas perceptible en el lento sopor del calendario.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Ten cuidado con las alcantarillas. Están llenas de suciedad, y crean adicción.
ResponderEliminarDesde aquí te envío un limpio saludo
:)