Quiero creer. Creo. Me autoconvenzo. Me autoconciencio. Me hago devota. Me reseteo. Me pongo a cero. Me elevo a cien.
Me dejo humedecer, trascender, fluir. Me deslizo al suelo, a las alcantarillas, a través de las grietas. Más allá del suelo está la nada. Lo que no interesa. Lo que no conmueve. Lo que no se ve.
Y allí, como sabemos los que de vez en cuando visitamos las cloacas, no llega voluntariamente nadie.
Hay ojos ajenos, escalofríos selectos. Miradas que se posan. Que arrancan. Que pervierten.
Y entonces, a veces con desdén, se quiebra el homenaje.
La súplica.
El regalo.
Hay ojos que golpean el diapasón y que te restan puntos. Que empatan contigo. Que te llevan a prórroga o te vencen.
Ojos extraños que perdonan, que te hacen volver a los raíles, que te reconcilian con tus huesos.
Aspiro a mirarme en estos ojos.
Suspiro y quedamente, mientras giran los ejes de la maquinaria, hago una muesca a ciegas, apenas perceptible en el lento sopor del calendario.
viernes, 23 de septiembre de 2011
viernes, 16 de septiembre de 2011
martes, 13 de septiembre de 2011
Tres minutos cuenta atrás en ciber
A veces, hay personas que desde su asiento miran los movimientos del telón en un entreacto.
Hay quiénes consumen porque nunca se sabe si puede estallar un motín y no llegas a la penúltima golosina.
Yo miro por si tengo en mi espacio más inmediato alguna golosina en movimiento que me permita disfrutar sin desplazarme y estudio la trasera siempre previsible de la butaca delantera, por descontado siempre abandonada.
Hay quiénes consumen porque nunca se sabe si puede estallar un motín y no llegas a la penúltima golosina.
Yo miro por si tengo en mi espacio más inmediato alguna golosina en movimiento que me permita disfrutar sin desplazarme y estudio la trasera siempre previsible de la butaca delantera, por descontado siempre abandonada.
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