viernes, 23 de septiembre de 2011

Quiero creer. Creo. Me autoconvenzo. Me autoconciencio. Me hago devota. Me reseteo. Me pongo a cero. Me elevo a cien.

Me dejo humedecer, trascender, fluir. Me deslizo al suelo, a las alcantarillas, a través de las grietas. Más allá del suelo está la nada. Lo que no interesa. Lo que no conmueve. Lo que no se ve.

Y allí, como sabemos los que de vez en cuando visitamos las cloacas, no llega voluntariamente nadie.

Hay ojos ajenos, escalofríos selectos. Miradas que se posan. Que arrancan. Que pervierten.

Y entonces, a veces con desdén, se quiebra el homenaje.

La súplica.

El regalo.

Hay ojos que golpean el diapasón y que te restan puntos. Que empatan contigo. Que te llevan a prórroga o te vencen.

Ojos extraños que perdonan, que te hacen volver a los raíles, que te reconcilian con tus huesos.

Aspiro a mirarme en estos ojos.

Suspiro y quedamente, mientras giran los ejes de la maquinaria, hago una muesca a ciegas, apenas perceptible en el lento sopor del calendario.

1 comentario:

  1. Ten cuidado con las alcantarillas. Están llenas de suciedad, y crean adicción.

    Desde aquí te envío un limpio saludo

    :)

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