jueves, 3 de junio de 2010

EL TE DE LOS LEPROSOS

"Celeste cielo", "Azul edificio", Lázaro se empeñaba en añadir un sustantivo a modo de adjetivo a cada color. Aquel rasgo suyo tan original que me enamoró al conocerle, ahora me daba alergia, estornudé consecuente mientras me señalaba, extasiado, una fachada art decó. Lázaro era decorador interiorista y entre él y yo estaba a punto de ponerse el sol.

Del resplandor cegador de nuestros primeros encuentros, ahora yo heredaba esta sensación incómoda de encontrarme en una dimensión paralela a la suya, ambos a los lados opuestos de una pared de cristal tan irrompible como los vasos de su cocina. Consideraba a ratos la acogedora posibilidad de rehacer equipaje y desaparecer.

Ajeno a mis planes de fuga y tan capaz como era para interpretar el alma de un loft, Lázaro malinterpretaba impunemente mi silencio c0mo devoción, la cual recompensó iniciándome en su amor por todo lo oriental. Yo, avergonzada de no darle al menos ese magro consuelo, sonreí helada e iniciamos, a nivel doméstico, una folklórica tourneé por el mundo nipón.

Di clases de arpa japonesa y adquirí en un rastrillo un albornoz con motivos orientales. El apartamento se vió asaltado por farolillos de papel, dibujos kanji, imágenes zen y películas importadas. Unas noches me volvía geisha y otras asesina ninja, sintiéndome, a mi modo de ver, peligrosamente cómoda en este último papel. Se lo comenté algo nerviosa un atardecer rabioso mientras hacíamos equilibrios con el mikado sin que diese trascendencia alguna a mi desvarío, pese a mi afición por mantenerme cerca del cuchillo de trinchar durante nuestros ejercicios de pasión coordinada al estilo Oshima.

Bastaron dos meses de aproximación al país del sol naciente para que me empezara a sentir tan quemada como el Bowie de "Feliz navidad, Mr.Lawrence".

Deseosa de mostrarme a mi shogun accesible y transparente, le dejé caer mi oscuro estado de ánimo mientras desayunábamos. El, té. Yo, café. sonriente, me propuso viajar a Tokio en vacaciones. puse cara de póker japonés y alegué-temblándome el labio inferior- que no me quedaba ni un sólo día libre.

Accedí finalmente para su cumpleaños a la solicitud que hacía tiempo acariciaba de celebrar una ceremonia del té. Algo oportuno y simbólico teniendo en cuenta que jamás me gustó beberlo.

El té estaba frío, yo también, no así Lázaro, pese a lo que podría deducirse de su nombre, que finalmente lograba de mí un sólo gesto, débil y enfermo: nuestro primer té juntos.

Mi último té.

4 comentarios:

  1. Me parece que el papel de gehisa no es el tuyo, pero se nota que lo has intentado. Muy bien narrado, pobre Lázaro

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  2. Me he quedado con ganas de más (no, de más té, no).
    Bravo Pandora.

    Namasté.

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  3. olé, recuerdo este ejercicio en el taller. Genial! un muy buen relato :)

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  4. Me gusta esa historia de amores imposibles...pobre Lázaro! Muakssss

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