viernes, 21 de mayo de 2010

Hasta los viernes pueden ser lunes...

...si los bautizas con la necesaria desidia...

Me siento en la mesa. Hoy hay trabajo, claro, aunque no hay ganas. El levante me tiene desordenado el ánimo. Del pelo mejor no mencionarlo, hay aquelarres con mejor aspecto. He cruzado el paso de peatones jugándome la vida (hasta el coño de coches). Tengo un matrimonio eterno sentado enfrente. Han cruzado juntos el meridiano hace algunos años. Nos miramos. Intercambiamos saludos.

Me sobrecoge la fé ajena y la sinceridad-de verdad de la buena-de los desconocidos me hace agachar las orejas y volverme humilde, cuando te la regalan así porque sí, porque hoy es hoy.

Estoy aventada y rara, pero da igual. La mujer, generosa, se disculpa porque no ha hecho algo bien en el proceso burocrático a concurso."No es culpa suya, es mía", le digo, porque sé que es así. Me sonríe. Me hace polvo. El hombre que la acompaña comenta a raíz de un comentario que flota en la sala..."¿No quieres que te toque la lotería...?". "Bueno", le digo yo,"No juego, no le doy demasiada importancia, así que sé que no me va a tocar. Hay cosas que me importan más..."

Esta señora me mira, se demora en ello, habla bajo pero claro:"A mí tampoco me importa. Me gustaría un hombre que fuese cariñoso conmigo, que me abrazara, que me besara siempre, las mujeres necesitamos eso. Yo pediría un hombre cariñoso, si pudiera".

No se me caen las gafas porque no pueden, las tengo enredadas en el pelo, pero la emoción me sobresalta los poros. Esta mujer, maravillosa, me dice (si yo fuera genio, ya le habría concedido ese deseo) lo que quiere en realidad. Su marido, baja la vista, silencioso, perfecto. A él le regalo una mirada triste, a ella le doy mi opinión al respecto..."entonces", me dice, nostálgica, "yo no tendría que seguir con él, pero es un buen hombre".

Mierda, se me van a saltar las lágrimas delante de dos desconocidos. Lo siento por ella un poco. Por el tiempo que siente que ha perdido. Pero sobre todo, por él, obligado a este ejercicio de honestidad forzado. Tardamos más de la cuenta. Mucho. Más de lo necesario. Me despido, dándoles las gracias como si esto hubiese sido un encuentro hospitalario en otro lugar, en el transcurso de un viaje, en otro equinoccio. La mujer me envuelve cariñosamente con los ojos.

El me sonríe, disculpándose, me devuelve el agradecimiento que yo le doy. Le agradezco su presencia, el no mandarme a la mierda aunque hoy, sin generalizar, me lo merezco. Me sale de dentro apretarle el hombro. No les voy a volver a ver. Pero de un empujón, hoy, se me han metido dentro.

Y pensar que yo sentía que no me quedaba espacio.

3 comentarios:

  1. pues a mi me parece que anécdotas como esa solo pueden pasar en viernes, así, por lo menos, te duran todo el fin de semana.

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  2. Ufff, vaya vivencia, casi se me saltan a mí también las lágrimas. Y es que no hay nada como el día a día, la gente más humilde, para hacernos caer de golpe y porrazo en la vida real.
    Gracias por compartir tan magistralmente esta experiencia.

    Un beso.

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